LOS ORÁCULOS Y EL LAUREL



LOS ORÁCULOS Y EL LAUREL

Grandes filósofos del mundo antiguo consideraban sagrados los oráculos, Sócrates usaba guías, tales como los vuelos y cantos de los pájaros, etc., que le hacían seguir sus oráculos. Estaba convencido de recibir consejos de una voz interior, su daimon. Sócrates aseveraba que los temas que se encuentran ocultos a los mortales debían ser los únicos llevados a los dioses para su iluminación.

Por otro lado, Platón utilizó los oráculos como las piezas centrales de sus ciudades ideales. En La República y las Leyes, se describía a los líderes consultando a los oráculos como guía para construir templos, venerar a los dioses y promover canales de comunicación entre los humanos y el mundo invisible. Para Platón, la tarea más importante de toda comunidad era la de establecer las relaciones con lo sacro.

Para los griegos y los romanos el laurel era un árbol sagrado.

En la campiña de Bolonia, dice la señora Coronedi-Berti, el laurel se emplea para recavar augurios sobre la buena o mala cosecha; se queman hojas de laurel y según el ruido que estas hagan al arder así será la cosecha. Es como fue cantada por Tíbulo (II,5) :

Ut succensa sacris crepitat bene laurea flammis,
omine quo felix et sacer annus eat,
at laurus bona signa dedit: gaudete coloni”

En San Cataldo (provincia de Caltanissetta) el laurel es venerado como un árbol sagrado.
En Troina, provincia de Catania, la fiesta de los laureles parece substituir la de las palmas u olivos que precede a la Semana Santa.

En tiempos de Plinio existía aún en el Aventino un bosque de laureles cuyas ramas se empleaban para las expiaciones.

Entre los griegos, para indicar que no se temía ni veneno ni maleficio alguno, se empleaba esta expresión popular: llevo un bastón de laurel.
Sabemos por el Lambros, poema en griego moderno de Solomos, que el sábado santo en Grecia, se esparcen hojas de laurel sobre las losas de la iglesia.

En Córcega, se adorna con guirnaldas de laurel la puerta de la casa donde se celebra una boda.

En roma el 15 del mes de mayo, se celebraba antiguamente la fiesta de los mercaderes en honor del dios Mercurio. Los mercaderes iban a una fuente común a buscar agua; y en ella metían una rama de laurel y, con la rama, bendecían todas sus mercancías.

Los romanos decoraban también con laurel, además de a Apolo y a Baco, a la diosa Libertas, la diosa Salus, a Esculapio, Hércules, etc.

Pausianas menciona ciertos laureles que eran en Grecia objeto de un culto especial, entre otros, habla de un laurel que, según la tradición, creció en el lugar donde Orestes, tras haber vertido la sangre de su madre, hizo sus expiaciones.

La rama de laurel daba a los profetas la facultad de ver aquello que estaba oculto: eso nos dice el himno homérico a Apolo; el trípode de la pitonisa estaba también rodeado de laureles. A la profética hija de Tiresias, Manto, se le dio también el nombre de Dafne (laurel); según Hesiodo (Teogonía), también las musas llevan laurel en la mano. Los arcadios contaban que Dafne era la hija del río Ladón y de la Tierra; amada y perseguida por Apolo fue convertida en laurel por los dioses.

El propio Apolo es a menudo representado con una corona de laurel, como dios que purifica, que ilumina y que triunfa; el árbol es considerado luminoso y él mismo da, como el dios, la luz, es decir, la fama, la gloria. Como el sol es el primero en ver y en hacer ver en el cielo, así su árbol participa de sus facultades proféticas; por eso Claudiano llama al laurel “venturi praescia laurus”. Según Fulgencio, la hoja de laurel colocada bajo la almohada hace ver en sueños acontecimientos futuros.

Según Plutarco, Escipión entró en la vencida Cartago llevando en una mano el cetro y en la otra una rama de laurel; y solía representarse a la propia Victoria coronada de palmas o de laurel.

En Creta, según el himno homérico a Apolo, antes de promulgar las leyes se consultaba el laurel profético, que, al igual que el trípode, dictaba oráculos a la Pitia.

La pitonisa y los demás adivinos comían incluso hojas de laurel para poder profetizar, algo que dio origen a las figuras proféticas de Tíbulo y de Juvenal.

Extracto del libro: "Mitología de las plantas"